El
más fuerte le imponía su ley al más débil. Los prisioneros eran ejecutados o esclavizados,
y las mujeres violadas. Los metales preciosos y las especias eran la reserva de
valor y quien disponía de los ejércitos triunfantes acuñaba moneda que sería utilizada
para las transacciones en el marco
geográfico de su influencia.
El
temor a Dios, administrado por las religiones, era el freno más eficaz para
ordenar la vida social y los emperadores eran, por la supuesta voluntad divina,
los árbitros finales en un ejercicio de “justicia” que se fue canalizando por
tribunales y burocracias. Administrativas.
La
conquista de los mares y el dominio de la navegación, desarrolló la extensión
imperial a las colonias y los países europeos extendieron así su ley, su
cultura y su poder económico en toda Asia, América y África.
Fueron
justamente los imperios y las grandes religiones quienes “ordenaron” el mundo; las guerras, las hambrunas y las grandes pestes fueron las “reguladoras”
demográficas en los últimos 1000 años durante las cuales todo aquel que
superase los 40 años de edad, era un “viejo” y los que llegaran a los 60 eran
automáticamente reconocidos como “sabios” (como expresión del milagro de la
supervivencia).
Cuatro
grandes revoluciones sacudieron al mundo en los 150 años que trancurrieron
desde 1776 hasta 1917 – la norteamericana, la industrial inglesa, la francesa y
la rusa – cuyas consecuencias estallarían en forma global durante los 2
conflictos mundiales del siglo XX.
Este “orden” mundial
se modificaría profundamente después de 1946 con la aparición de dos claros
contendientes planetarios: los EE.UU. y la URSS.
El
mundo bi-polar del “miedo al holocausto atómico” duraría apenas 45 años (pese a
que, todavía, ese peligro sigue existiendo) y sería sucedido, después de la
caída del Imperio Soviético – 1991 – por la “PAX Americana” y la hegemonía de
un “Imperio Planetario” – el
norteamericano – que empezaría a desmoronarse sólo 10 años después con la caída
de las torres gemelas en New York que inauguraron un nuevo período de “terror
universal” de la mano de la amenaza del fanatismo terrorista.
Una
década después, más allá que hoy vivamos el “escándalo del espionaje”, tanto el
“peligro” terrorista como el “Hiper-imperio norteamericano”, son cosas del
pasado.
Asoma
un “Nuevo Mundo” que, por primera vez, apunta a un “multipolarismo equilibrado”
apuntalado por el “hexágono” formado por los EE.UU (y Canadá), la Unión Europea
(liderada por Alemania), China, Japón, Rusia y los viejos y nuevos emergentes
(Brasil, Australia, N. Zelanda, Méjico, India, Indonesia, Corea del Sur,
Sudáfrica, Israel).
Esta
“geometría geopolítica” está rodeada de una “segunda línea” de naciones con
“prosperidad creciente” – Chile, Uruguay, Perú, Colombia, Marruecos, los
Estados del Golfo, Ruanda, Uganda, Vietnam, Tailandia y otras que suman, en su
totalidad unas 60 naciones sobre las 192 del total planetario.
Este
“núcleo duro” del 35% de las naciones han acordado “reglas básicas” que
incluyen 1) baja inflación, 2) Bancos Centrales independientes 3) equilibrio
presupuestario 4) estadística pública
transparente 5) reglas claras para el
flujo de capitales y 6) pertenencia al FMI y a la OMC, que los “estandariza”
más allá de los diversos regímenes políticos, religiosos e ideológicos.
A
estos elementos, hay que agregarle un decreciente nivel de “personalización del
poder” y un aumento de los niveles institucionales que le dan, al sistema en su
conjunto, un alto nivel de estabilidad y previsibilidad.
Así
vimos actuar en forma coordinada a los bancos centrales de China, Japón, EE.UU,
la Unión Europea, Brasil o Rusia para atemperar los efectos de la crisis
mundial 2008-2012 y ver cómo, a partir del 2013, comienzan a verse los signos
claros de reactivación. O a EEUU y Rusia, para desmantelar el arsenal de armas
químicas de Siria. O a las naciones integrantes del Tratado Antártico
preservando el medio ambiente sin hegemonías ni exclusiones
Ya
60% de la población mundial ha superado
los problemas de la “pobreza extrema” y podemos vislumbrar una era sin
conflictos generalizados, más democrática y justa y con una creciente
conciencia sobre la preservación del medioambiente.
Ese
es el mundo que le dejamos a las nuevas generaciones. Un privilegio, una responsabilidad
y un desafío.
Esta
paz, con progreso y justicia en aumento, no será nunca una “fatalidad positiva automática”.
Tiene
que alimentarse desde cada sociedad nacional porque siempre representará un “equilibrio
inestable y contradictorio” que, igual que marcha para adelante, puede
marchar para atrás.
Los
argentinos, en particular, lo sabemos bien porque hemos recorrido el camino en
ambos sentidos durante las últimas décadas.
Ha llegado el momento
de alinear nuestras energías en forma sostenida hacia adelante para podernos
sumar al “pelotón de vanguardia” que nos mira impávido sin entender qué es lo
que nos pasa.
Diego R. Guelar
Secretario de
Relaciones Internacionales de PRO