martes, 16 de agosto de 2011

Construyendo los Partidos - 55 (16 – 8 – 2011)

La ontología del triunfo y la derrota.

La ontología es la rama de la filosofía  que se ocupa de la naturaleza y organización de la realidad; pretende describir las características centrales de “aquello que existe”. Para hacerlo, debe conceptualizar esa realidad en reglas que facilitan su comprensión.
Así “triunfo” y “derrota” son la contracara de un mismo fenómeno que se mira desde distinta óptica: para que algo o alguien triunfe hay algo o alguien que es derrotado.
Para los franceses, Waterloo fue una derrota pero para los ingleses significó la consolidación de su poder europeo.
El episodio electoral del 14 de agosto pasado presenta un verdadero desafío a la hora de analizarlo:
1)    Es una elección interna sin opciones partidarias y, por lo tanto, es una no-elección.
Es también una no-elección desde el punto de vista que tampoco significa la concreción de un resultado: ni hay presidente electo, ni segunda vuelta con el segundo en número de votos, ni diputados, ni senadores, ni gobernadores, ni intendentes ni concejales electos más allá del número de votos que hayan obtenido.
Sin embargo, es vivida como un contundente triunfo de Cristina F. de Kirchner y su “Frente para la Victoria” que obtuvo más del 50% de los votos nacionales (y que, finalmente, se extendieron por todo el territorio nacional, incluyendo los distritos que parecían adversos).
Podríamos catalogarlo como un triunfo virtual que se proyecta como un “triunfo real” hacia el 23 de octubre, fecha de la elección verdadera. Incluso podría pensarse que, para ese momento, se amplíe aún más el margen de diferencia entre el gobierno y su defaulteada y dividida oposición.

2)    La no-elección se convierte así  en un hecho consumado y supletorio del acto eleccionario constitucional llamado “primera vuelta” – el 23 de octubre – que podría haber tenido una “segunda vuelta” treinta días después (en caso de que no se verificaran las mayorías requeridas).
Así se produce un hecho profundamente inconstitucional al adelantarse 70 días el momento en que la ciudadanía debería haber expresado su opinión definitiva.
La oposición, en una ridícula e ingenua especulación – creía que Cristina no alcanzaría el 40% -, no cuestionó la legalidad de este absurdo hecho y lo convalidó alegre y decididamente.

3)    Uno podría, simplísticamente, describir la situación como una fractura de la sociedad argentina en dos mitades: una kirchnerista – o cristinista- y otra anti K o anti C.
Falso.
Lo que se verifica es un “voto nuevo” que va desde Cristina a Altamira pasando por Scioli, Macri, Del Sel, Urtubey, De la Sota y el muy circunspecto Hermes Binner. Todos ellos movilizaron juventud y proyectaron una imagen diferente del perimido esquema Peronista-Radical representado por Alfonsín – Duhalde.
A Alfonsín, de nada le valió su alianza con De Narváez que, finalmente, le restó más que lo que le sumó. La ruptura con Binner y Stolbizer tiene profundas consecuencias futuras.
A Duhalde, la interrupción del proceso de internas en el llamado “Peronismo disidente”, le costó que no pudiera representarlo “In tótum”. El 8% de Rodríguez Saa y los votos de De Narváez más el esquivo caudal de De la Sota, Macri y Del Sel lo redujeron a un riñón duro y muy minoritario del “peronismo histórico” más un reducido número de empresarios y profesionales urbanos y rurales que lo votaron por consideraciones ideológicas anti-k.
El péndulo está definitivamente archivado.

4)    Ganaron los oficialismos, desde Tierra del Fuego hasta el gobierno nacional, pasando por Santa fé, Córdoba y las dos Buenos Aires.
5)    Toda elección democrática se resume en “continuidad o cambio”. Con consumo boyante, inflación, corrupción e inseguridad pasaron a segundo nivel.
Zedillo en Méjico o Rodríguez Zapatero en España ganaron elecciones 2 meses antes que se desataran profundas crisis económicas; no hubieran sido electos si las elecciones hubieran ocurrido 70 días después. La obligación de prever y, eventualmente, evitar males económicos, políticos y sociales, es de los dirigentes, no de los pueblos.

6)    No existe todavía un esquema político--ideológico que ordene el futuro sistema político. Tampoco sabemos si se construirá inmediatamente o si seguiremos lanzando la perinola para que indique quien será el próximo personaje que le toque acumular poder personal para cuando se le agote el turno a Cristina.

7)    Los muertos que “gozaban de buena salud” desaparecerán definitivamente a 10 años de producirse la consigna “que se vayan todos”. No serán todos pero serán muchos.

8)    Peronistas somos todos, o casi – el 70% votó a Cristina, Duhalde y Rodríguez Saá pero hay también Peronistas en la alianza Alfonsín-De Narváez y en el Frente Progresista (también en los casi extinguidos ARI y Proyecto Sur).
Cumplida la profecía de Juan Perón – “Peronistas somos todos” – no hay un partido político – Justicialista o Peronista – que pueda representar a una parcialidad que ya no existe y que se ha convertido en una suerte de “cultura Argentina”.
Respecto del Radicalismo, sus dos turnos de gobierno – 1983-89 y 1999-2001 – así como sus tres últimas elecciones, los presentan en una lenta y dolorosa agonía.

9)    La derecha sigue clandestina – o se esconde en el “centro” -; el único de izquierda expresa es Jorge Altamira y hay  un “progresismo” abstracto  en el Frente de Binner y en el muy exitoso de Cristina.
     Alfonsín derritió su identidad social-demócrata incipiente y el “sueño
     Lulista” de Duhalde se evaporó cuando el PT, Lula y Dilma se       pronunciaron por Cristina.

10)  Cristina confirma que lo ha superado a “Él” y que, por un tiempo, concentrará un poder superior al que supieron detentar Yrigoyen, Perón, (Raúl) Alfonsín, Menem y su difunto esposo. Es vaticinable una cómoda mayoría en ambas cámaras y una “civilizada convivencia” con los gobernadores que aspirarán a sucederla y que medirán sus tiempos conforme a la competencia entre ellos y el desgaste del gobierno nacional.
El exceso de poder es mala fariña. Intoxica y confunde.
La sabiduría universal indica que hay pocos antecedentes de líderes que hayan sabido auto-limitarse sin un marco institucional y una fuerza fáctica que lo imponga.
Lula y Mandela son, quizás, las dos excepciones contemporáneas. Ojalá Cristina reciba algo de la luz que los dos han sembrado.

Diego R. Guelar


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