sábado, 27 de junio de 2009

Construyamos el Partido 4 (27.06.09)

El mito (y la realidad) peronista

            Menem obtuvo en 1989 el 47% de los votos; él mismo obtuvo 52% en 1995; en 1999 Duhalde descendió al 38% pero en el 2003, las tres fracciones peronistas (Kirchner, Menem y Rodríguez Saá) obtuvieron el 60%; el 28 de junio esa cifra se elevará, probablemente al 65% (entre Kirchner, los oficialistas y “los disidentes”: De Narváez, Reutemann, Schiaretti, Verna, etc.)
            El “riñón duro” del Peronismo nunca fue superior al 35%. ¿De dónde proviene el 30% adicional? Son independientes más los titulares del “voto útil” que asumen la interna peronista como el “único instrumento de cambio”.
            El mito se encarna en la realidad. La sub-cultura peronista es la cultura hegemónica y su máxima conclusión es: “Sólo desde el Peronismo se gobierna la Argentina”.
           Así lo pensaron los demócratas cristianos, los nacionalistas, los conservadores populares, socialistas, marxistas y liberales que practicaron el “entrismo”; es decir “hacerse peronistas para, desde allí, alcanzar el ansiado poder”.
           Pero este procedimiento no es gratis. Exige abandonar las convicciones propias y adoptar una serie de clichés que rememoren una “Argentina justa, libre y soberana” con una distribución del ingreso igualitario entre el capital y el trabajo gobernada por un “movimiento Nacional” que debe enfrentar a los “entreguistas” disfrazados de republicanos y liberales.
            Los radicales de diverso cuño (desde el efímeramente exitoso Alfonsín hasta los actuales López Murphy, Carrió o Cobos han pretendido – y pretenden – derrotar al Peronismo desde los gestos que, la sub-cultura hegemónica – el Peronismo – rechaza mecánicamente.
            El Peronismo disidente repite el procedimiento que, en su momento utilizara la “renovación” cafierista para derrotar a Herminio Iglesias, luego Menem para derrotar a Cafiero, luego Duhalde para derrotar a Menem y finalmente, Kirchner para derrotar a Duhalde. Lo extraordinario de este “travestismo político” es que el resultado es siempre el mismo: una dirigencia enriquecida y un pueblo empobrecido. Siempre más clientelismo y corrupción con menos república democrática. Así lo que se disputa es LA SUCESIÓN y no EL CAMBIO.
            Unión-PRO ha hecho una verdadera cruzada. Ha combatido a Kirchner desde el Pan-Peronismo sin proponer Peronismo ni “peronizando” la campaña. Ha hecho lo que debía hacer. Y está ganando.
            ¿Es posible modificar la cultura política argentina? Los rusos terminaron con Stalin, los chinos con Mao, los indios con Nehru. Lo hicieron con honores, pero son el pasado.
            En nuestra región, Fernando H. Cardozo y Lula enterraron el populismo Varguista y construyeron- desde el mismo tronco- dos partidos: el PT y el PSDB que hoy disputan democráticamente; los chilenos superaron el histórico enfrentamiento entre derecha (que enterró su pasado Pinochetista) e izquierda (que terminó con el marxismo) y los uruguayos podrán elegir un presidente tupamaro que consolidará el sistema capitalista (después de tomar la conducción del Frente Amplio y empujar a una alianza forzosa a los Blancos y los Colorados en la segunda vuelta).
            Nosotros también podemos hacerlo. Es cierto que no lo haremos desde el “anti-peronismo” (ver todos los casos mencionados) pero tampoco podremos hacerlo desde “la interna peronista”.
            Desafiar la lógica Cafiero-Menem-Duhalde-Kirchner es construir un partido nuevo que rescate las mejores tradiciones y entierre las peores. Es imprescindible un nuevo padrón partidario, es fundamental abrir el debate para que las ideas liberales y las nacionalistas puedan fluir juntas abandonando la eterna discusión del “modelo” o el “proyecto”.
            Consolidando un partido de centro-derecha, forzaremos a la izquierda a hacer otro tanto y así los partidos podrán cumplir con el rol que les fija la Constitución Nacional, que es el verdadero proyecto de una Argentina mejor.
            El 28 no cometamos el pecado de cumplir la “profecía autocumplida” de sumergirnos en el pasado y, mucho peor, la de dividirnos demostrando así que somos incapaces de construir una opción posible.
            Mauricio Macri y Francisco de Narváez marcharon  juntos cuando nada los asociaba a la administración del bien común.
            Hoy, los une la historia. Que no los dividan los alcahuetes ni el personalismo o el egoísmo.


Diego R. Guelar

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