miércoles, 28 de abril de 2010

Construyamos el Partido 7 (28 /04/10)

Construir la identidad propia
(El Zorro lo oculta, pero él sabe que es Diego de la Vega)

            La identidad es un problema complejo. Según el diccionario de la lengua española es el “conjunto de rasgos propios de un  individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás”.
            En el caso de un “partido político” este “conjunto de rasgos propios” es un acumulado de hechos que se sostienen en un tiempo y espacio determinado y que tiene algunos requisitos específicos:
1)      Un episodio histórico que lo origina
2)      Actitudes que lo individualizan frente a terceros
3)      Antecedentes históricos que lo vinculan al pasado y elementos nuevos que explican su proyección futura
4)      La voluntad expresa de un grupo humano que pretende “representar” inquietudes y necesidades colectivas
5)      La estructuración de un colectivo con reglas claras que indiquen quienes lo integran y cuales son sus derechos y obligaciones
6)      El cumplimiento de normas cualitativas y cuantitativas mínimas, según las exigencias legales y/o costumbres culturales de una sociedad en particular.

            Estos requisitos son los sustanciales. A esto hay que agregarle los elementos subjetivos que, conforme se desarrollen, se constituyen también en esenciales:

1)      El sentido de liderazgo,
2)      La ideología y la doctrina plasmada en programas de gobierno
3)      Épicas de cambio o continuidad, a partir del momento histórico y de la circunstancia de ejercer el poder o aspirar a alcanzarlo
4)      Estados de ánimo e imaginarios colectivos coyunturales y su voluntad de movilizar recursos humanos y materiales
5)      Aptitud para representar y mecanismos para organizar a los representados.

            La “identidad política” es una acumulación de los requisitos sustanciales y los subjetivos que se van produciendo en el tiempo. Difícilmente todos los requisitos se plantean al unísono, pero la decisión de alcanzar su perfeccionamiento debe estar presente desde el mismo momento del origen de su existencia.
            No es lo mismo ser Robin Hood que Hood Robin. El Llanero Solitario o el Zorro tienen máscaras, ayudantes y caballos bastante parecidos, pero el contexto cultural de ambos es muy distinto.
           Se puede graduar tácticamente  la intensidad del mensaje. Lo que no se puede es ignorar quienes somos y para qué queremos el poder que reclamamos.

Partidos posibles:

            Un partido puede nacer para una cosa, como expresión de bronca o protesta. Y puede convertirse en otra: instrumento propositivo para la toma del poder.
             Un partido puede ser “joven” aunque tenga décadas de existencia: el PAN mejicano nació en 1939 y alcanzó el poder recién en el 2000; Renovación Nacional de Chile (que acaba de ganar las elecciones presidenciales, tiene 25 años de antigüedad). El PT de Lula ya tiene 40 años de existencia.
            Algunos se organizaron después del acceso al poder de sus dirigentes carismáticos: el Partido Justicialista de Juan Perón, el Partido de la U de Álvaro Uribe o el Partido “Pueblo de la Libertad de Silvio Berlusconi.
           El PSDB de F.H. Cardoso era un pequeño partido cuando él fue electo presidente por un frente y construyó a partir de allí uno de los dos partidos más sólidos del Brasil.
           Otros responden a tradiciones centenarias como los Republicanos y Demócratas en USA, los conservadores y Laboristas en Inglaterra o los Populares y Socialistas en España (continuadores de Monárquicos y Republicanos, Conservadores y Liberales, Conservadores Católicos y Marxistas).
            Las fórmulas son de lo más variadas (incluyen al Partido Comunista Chino, creado en 1921, que accedió al poder en 1949 y lo conserva hasta ahora), pero solo han perdurado en el tiempo aquellos que han logrado sumar un porcentaje importante de los 12 requisitos enunciados.
            Hay también quienes alcanzan un éxito circunstancial que sólo responde a las necesidades personales o grupales de líderes mediocres pero efectivos en el corto plazo.
           PRO es un partido joven – tiene desde su origen como Compromiso para el Cambio – sólo 8 años. Ha desarrollado una organización mínima y ha tenido un par de resultados electorales notables – Capital federal y Provincia de Buenos Aires. Tiene un candidato presidencial importante – Mauricio Macri – y ha manifestado la voluntad expresa de alcanzar el Poder Nacional.
            Por otro lado, no tiene completada su estructura organizativa nacional, adolece de representación alguna en el Senado y es la quinta minoría en la Cámara de Diputados. Tampoco tiene ningún gobernador ni intendente en 24 provincias.
            Su indefinición partidaria – tanto en lo ideológico, lo programático y lo organizativo -, le han hecho perder un valioso tiempo que hoy puede recuperarse a partir de una revisión de sus laxas definiciones anteriores.
            Es difícil construir un partido si se descree del Sistema de Partidos. Es imposible tener un programa sólido si no se tiene una doctrina orientadora. No se puede tener una doctrina si no se tiene una macro-visión (o ideología) que nos ordene las prioridades a partir de un sistema de valores y la convicción en sus virtudes.
            Esto no ocurre casualmente. PRO es un producto lógico de la profunda crisis que vive la Argentina desde hace más de medio siglo.
            El último capítulo de esta decadencia fue el default del 2001-2002. Ahí se desmoronó el sistema político y el económico y se fragmentaron los partidos políticos tradicionales – el Peronismo y el Radicalismo -.
            El PRO, el ARI y el Partido Socialista en Santa Fe, aparecieron en el 2002 como los emergentes que se plantearon sustituir a la opción Peronismo – Radicalismo.
            8 años después, todo indica que el vació no fue llenado por izquierda ni por derecha, ni por el centro.
            Así resurgen el Partido Radical y el “Peronismo Disidente” ante la inminencia del fin de la transición KK.
            La pretensión de construir una “nueva política” es condicionada por una decidida “marcha hacia el pasado”-
            PRO debe redefinir rápidamente sus objetivos de corto plazo para ser más que un “sello con candidato” en oferta al Peronismo que no encuentra todavía un liderazgo claro para representarlo unido en el 2011.
            Después de la ruptura de la propuesta renovadora UNION-PRO, debemos unir fuerzas con los sectores justicialistas anti K pero portando una propuesta programática que le de sentido e identidad.
           No debemos ser el “mascarón de proa” de una opción obsoleta.        
           El único camino es embanderarnos en un centrismo progresista y desarrollista que nos permita confluir con los esfuerzos similares que se están haciendo en Chile, Uruguay y Brasil.
            Debemos abrir las puertas del Partido para la incorporación de cuadros sociales que crean, se movilicen y representen un PRO con vocación transformadora de poder.
           Una mera propuesta para “suceder” a los Kirchner y continuar con lo mismo es un atajo posible pero frustrante.
            Una candidatura sin sustento partidario es una frustración garantizada. Lo vemos en la administración de la Ciudad al no poder concretar muchos de los proyectos transformadores por falta de apoyo de la Legislatura local y el Gobierno Nacional.
            El caso más parecido al nuestro fue el de Uribe en Colombia en el año 2002. En ese momento, Uribe se aparta del Partido Liberal, del que era un importante dirigente – gobernador del estado de Antioquía – y se lanza al ruedo con una propuesta de enfrentamiento frontal con las FARC después del fracaso de la política negociadora implementada por el Presidente conservador Andrés Pastrana. Con la mayoría de los votos conservadores y un 25% de los liberales, alcanzó la Presidencia de la República. Para hacerlo contó con la organización partidaria de base del Partido Conservador, una parte del liberal y la opinión pública independiente. El Pacto Conservador-Liberal, vigente desde 1958, dejó de existir.
            Ese esquema es aplicable a la Argentina.
            Necesitamos el compromiso de buena parte de los intendentes justicialistas y los vecinalistas, algunos gobernadores y el apoyo de los independientes a una propuesta clara, entendible y contundente que movilice y polarice, sin medias tintas, basada en ejes sentidos por la mayoría.
            Los esfuerzos que hoy realizan Eduardo Duhalde y Francisco De Narváez para desplazar a Néstor Kirchner de la conducción del PJ son muy valiosos y confluyen hacia el mismo objetivo. Los problemas centrales que tendrán que enfrentar son:
1)      La dispersión del esfuerzo
2)      El marco jurídico controlado por Néstor Kirchner

Los otros:
           
       La Alianza Radical – Socialista se consolida en todo el país. La interna Radical (con sólida organización territorial) tiene muy buenos candidatos – Julio Cobos y Ricardo Alfonsín – y el Partido Socialista controla la administración de un distrito muy importante: la Provincia de Santa Fe. Los Radicales están muy bien ubicados en Córdoba y Mendoza y crecen en la Provincia de Buenos Aires donde no hay segunda vuelta y se alcanza la gobernación siendo “primera minoría”. Si el Peronismo y el PRO se presentan divididos, pierden.
            En la Capital, el Radicalismo y Pino Solanas armarán propuestas competitivas. Si el centro derecha no se divide, el PRO podrá conservar la Ciudad en segunda vuelta.

Conclusión:
           
           El escenario del 2011 tiene una complejidad descriptible como “la del 2003 plus”. Dispersión política y definición en segunda vuelta.
            Encarnar “la esperanza del futuro” es un desafío que debe encararse y merece vivirse, más allá que pueda concretarse en esta oportunidad. Un resultado exitoso es también el de poder encabezar y/o participar de la oposición desde una actitud constructiva que será imprescindible para cualquiera que alcance la conducción del ejecutivo Nacional.
            La tarea de reconstrucción del 2011 – 2015 será equivalente a la que le toca al Presidente Piñera en Chile después del terremoto y el Tsunami.
            La nuestra será aún más difícil porque la destrucción afecta al cuerpo y al alma de la República.
           Con nosotros o sin nosotros (dependiendo  de lo que hagamos), La Nación encontrará, finalmente, su destino luminoso.

Diego R. Guelar

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