viernes, 13 de agosto de 2010

Construyamos el Partido 12 (13-08-2010)

La Renuncia de Lilita Carrió al ACyS
Desde el “Construyamos el Partido-1”, hemos pasado revista a los antecedentes históricos, políticos y culturales más significativos que constituyen los pilares de nuestro sistema democrático.
Un componente central del “Régimen Constitucional” argentino, desde su fundación en 1853, es la imprescindible participación de los partidos políticos.
Por el contrario, generamos una percepción nacional que fortalecía la construcción de “imaginarios colectivos” pensados como autóctonos e independientes de tales corrientes.
Pusimos así ingredientes diversos a nuestra coctelera local: a) la tradición anglo-sajona corregida por la experiencia norteamericana en la letra de la Constitución Nacional; b) tradiciones locales heredadas de nuestro origen hispánico; c) las ideologías socialista y anarquista aportada por las grandes corrientes inmigratorias; d) la influencia clerical de la Iglesia Católica; e) los componentes corporativos y sindicales del fascismo italiano, y; f) el autoritarismo de las elites conservadoras y su influencia en las Fuerzas Armadas.
La “mezcla telúrica” funcionó pero lo hizo deficientemente. Ni se generó la tracción hacia los extremos del comunismo y el nazismo, ni la convergencia hacia el centro de la social-democracia y el social-cristianismo.
Estos componentes se desvirtuaron y se enmascararon, impidiendo la construcción de escuelas de formación en las universidades, los sindicatos, los medios de comunicación y los precarios partidos, generándose así ciclos de enfrentamiento – alianza – enfrentamiento cada vez más aislados del contexto internacional.
El sindicalismo, originalmente anarquista y socialista (y como tal, independiente y enfrentado al Poder Estatal) pasó desde 1945 a ser vertical y alineado con el poder de turno o complotado para derrocarlo desde la generación de huelgas y caos).
La universidad, erigida desde la reforma del 18 en un baluarte del libre pensamiento y la autonomía, a ser parte de intervenciones nacionalistas, liberales o marxistas que generaron millones de exiliados y/o cínicos y/o extremistas y no pudo organizar el aporte sistémico de cuadros imprescindibles para alcanzar la consolidación del progreso alcanzado entre 1880 y 1930.
Este clima influyó decididamente en la conformación de los partidos políticos que, debilitados, no pudieron impedir la debacle de 1976 ni la del 2001. En las otras crisis – 1955 – 1966 y 1989 – habían actuado como beneficiarios, cómplices o víctimas parciales de los acontecimientos.
En los últimos 20 años, 2 nuevos fenómenos comenzaron a modificar este escenario:
a)    Por un lado, el Justicialismo, después de varios bandazos, generó una alianza – 1989 – 1999 bajo una identidad social cristiana aliada al liberalismo conservador (PJ + UCD) encarnada por Carlos Saúl Menem
b)    Por el otro, una nueva alianza del Alfonsinismo radical (después de las fallidas versiones de Ricardo Balbin, Arturo Frondizi y la UCRI de Allende) con la izquierda peronista disidente (después del aniquilamiento de montoneros) representada por el FREPASO de Carlos “Chacho” Álvarez y el Socialismo santafecino de Guillermo Estévez Boero que, en 1997 y 1999 ganaron las elecciones encuadrados ideológicamente en la Social Democracia Europea.
La crisis del 2001 sumerge a todo el espectro político en un clima de desazón y fracaso.
Después de 10 años de recuperación (para volver a los índices de desarrollo de 40 años atrás), el sistema político vuelve a emprender su reconstrucción para resolver la crisis que dejará planteado el fin del ciclo kirchnerista. La alianza intentada entre 1997 y 1999 reaparece conducida por Ricardo Alfonsín y Hermes Binner (UCR y P. Socialista) rodeados de una serie de dirigentes nuevos y otros sobrevivientes del derrumbe del 2001.
El Peronismo consolida una minoría de gran capacidad operativa liderada por Néstor Kirchner (Presidente del PJ nacional) y Hugo Moyano (Secretario General de la CGT y Presidente del Partido Justicialista de la Provincia de Buenos Aires).
El dirigente más representativo de una sólida vertiente social – cristiana – Eduardo Duhalde – se constituye en el mayor referente político en el “Peronismo opositor” desde su exitosa experiencia como “Piloto de tormentas” en el 2002 y el 2003.
Desde él se arma un espectro de dirigentes que constituyen el “Peronismo Federal” como expresión del repudio a Néstor y Cristina Kirchner acompañado por Carlos Reutemann,  el neo peronista Francisco de Narváez más caudillos provinciales respetados (A. Rodríguez Saa, J.C. Romero, Ramón Puerta, F. Solá y Mario Das Neves). Esta “versión” del Peronismo se plantea aliada al PRO- Mauricio Macri – sin cuyo aporte es claramente imposible la derrota de los KK.
Una división del P.F. y el PRO llevaría aparejada la consolidación de las “dos primeras minorías” Kirchner y Alfonsín – que protagonizarían la seguramente 2ª vuelta en el 2011.
En caso de concretarse la alianza PF – PRO, se volvería a reproducir el escenario de 1999 , sólo que esta vez podría decantar la cuestión ideológica de tal forma de conformar 2 sólidas propuestas – una de centro-izquierda y la otra de centro-derecha – capaces de fortalecer un “centro político” y consolidar el sistema tal como viene ocurriendo en Chile, Brasil y Uruguay.

El protagonismo de Lilita Carrió

          Lilita Carrió es una dirigente política notable.  Nació del brazo de Raúl Alfonsín y mantuvo una posición principista e intransigente que la separó de la Alianza entre la UCR y el FREPASO ( 1997-2001) planteando el agotamiento del Radicalismo y el Peronismo ahogados por la corrupción y los acuerdos de cúpulas que destrozaban la posibilidad de construir una República digna y creíble.
        Fue la voz más dura denunciando un “continuismo creciente de Menem-De la Rúa-Duhalde-Kirchner” que identificaba con “el narco-tráfico, el robo y la prebenda”, por acción u omisión,.
        Fundó un Partido –el ARI-, fue dos veces candidata Presidencial ( 11% de los votos en el 2003 y 24% en el 2007), se desafilió de su propio partido, construyó y destruyó alianzas.
        Mezcló militancia cristiana con progresismo pero nunca la vinculó ni con el social-cristianismo ni con la social democracia. Quiso ser una referencia propia y original. Fracasó.
        No existen los liderazgos individuales, fuera de coyunturas transitorias, que puedan sustentarse fuera de Partidos e ideologías. Puede existir el rol fundacional, pero este tiene que ser expreso y acompañarse por una organización y una doctrina.
        La existencia política de la Sra. Carrió duró una década.

El discurso no son las palabras
Un discurso político no se caracteriza por las palabras ni los gestos. Son éstos los que grafican las ideas y los contenidos que los inspiran
El “Centro-derecha” es productivista y desarrollista. Se para frente a la sociedad desde la inversión y el trabajo.
La centro-izquierda es redistribucionista y progresista. Apuntala el igualitarismo, los derechos civiles, de género, de minorías y el medioambiente.
Esto no hace de unos egoístas y de los otros generosos. Es la combinación de las dos visiones (que además se cruzan y se retroalimentan) las que fortalecen el sistema y lo hacen equilibrado y previsible.
De esto se trata el énfasis en “la gestión” por parte de Macri y de las “instituciones” por parte de Alfonsín.
Ambos están diciendo lo mismo porque sin gestión e instituciones no hay Estado ni Sociedad Civil que progrese.
No es que la centro-derecha sea insensible socialmente; es que cree que el Estado debe asegurar la educación, la justicia, la salud y la seguridad y crear las mejores condiciones para la iniciativa privada.
Tampoco es que la centro-izquierda niega a la inversión y el desarrollo, sino que afirma el rol del Estado como la única herramienta para balancear la injusticia social propia de un “sistema de desiguales”.
La crisis mundial del 2008 dejó en descubierto la necesidad de “mezclar ambas tendencias” aislando a las izquierdas más intervencionistas y a las derechas más liberales. El fortalecimiento del centro surge como una necesidad de estos tiempos.
Lo que tenemos que derrotar es el “rictus autoritario” que pretende dirigir toda la sociedad desde un centro único y todopoderoso.
Un empresario piensa como tal, un profesional liberal también, lo mismo un sindicalista o un chacarero. Y es bueno que así sea. También  es bueno que los partidos representen parcialidades. Para eso existen. Lo malo es que no sepan lo que representan, o lo oculten  o lo disfracen.
Por eso, el “éxito” político en nuestra región (el éxito que le sirve a la gente) es el que encarna Piñera, o Mujica o Lula que exponen con claridad lo que son y lo que quieren y, desde allí, pueden también gobernar para los que no coinciden con ellos garantizando el funcionamiento armónico de la sociedad haciéndolo compatible con la realización individual y grupal.

Una sociedad de diferentes que sueña y construye la igualdad.

Administrar la complejidad, la escasez de recursos materiales para satisfacer las legítimas apetencias personales y sectoriales, es el arte de gobernar.
Elegir bien las prioridades, persuadir a los que no piensan como uno, construir mayorías y minorías operativas y representar genuinamente a sus mandantes , son las virtudes del líder y el estadista democrático.
La acumulación enfermiza del poder, la intencionalidad destructiva hacia el adversario, la corrupción pornográficamente insaciable y la ambición de perpetuación en el poder, son los vicios del dictador mediocre y perverso.

La disyuntiva del 2011
En el 2011 podemos repetir la historia. Es decir, podemos volver a fracasar. O podemos hacer florecer la autocrítica y cuidar lo construido desde 1983 (que es mucho). Tenemos más tecnología, pero más pobreza y violencia. Tenemos más soja pero menos trigo y carne. Tenemos un gran vecindario pero somos malos vecinos. Tenemos más y mejores escuelas y universidades, pero también 2 millones de jóvenes sin presente ni futuro.
En una década podemos revertir la situación y alcanzar índices de desarrollo iguales o superiores a los de nuestros aliados regionales.
No lo haremos sin partidos políticos. En su mensaje de asunción, el pasado 7 de agosto, dijo el Presidente Juan Manuel Santos: “…Convoco a la Unidad Nacional, pero que quede claro: NO QUIERO UN PAÍS SIN PARTIDOS NI SIN CONTROVERSIAS IDEOLÓGICAS. Colombia necesita partidos sólidos, serios y de vocación permanente, con posiciones diferentes sobre la sociedad y el Estado…”.
Estas palabras no son casuales. Colombia está en plena transición de un sistema que duró 44 años (1958-2002) y que necesita consolidarse. Lo mismo ocurre en Méjico y Perú.
La fantasía personal del liderazgo providencial (o lo que es peor, la anécdota personal sin liderazgo) es repetir a Menem, Fujimori, Salinas de Gortari, Bucaram, Collor de Melo o la mismísima aventura presidencial de los KK. Esta última, inédita en la historia contemporánea.
Abolir los partidos y las ideologías es una forma de la locura o la ignorancia. O ambas a la vez.

Diego R. Guelar

Nuestra “anécdota histórica” particular cumplió el requisito de formar grandes partidos nacionales pero, diversos factores – el tamaño, la ubicación física, el aislamiento, etc. – nos generaron – igual que los EEUU, Méjico y Brasil – una tendencia a formular propuestas nacionales no directamente alineadas ni encuadradas en las grandes corrientes del pensamiento occidental.

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