lunes, 21 de febrero de 2011

Construyamos el Partido 36 (21-2-11)

La caída de Mubarak es mucho más que un episodio egipcio.

El Occidente Cristiano fue fundado por el Emperador Constantino en el siglo IV D.C. Durante los últimos 17 siglos la pugna entre la autoridad terrenal y la celestial, la legitimación divina del poder vis a vis la del pueblo y las formas de limitar el natural instinto humano para ejercer brutalmente el poder político y económico (incluyendo el sometimiento del género femenino), fueron la causa central de las guerras que asolaron Europa y que causaron tantas muertes como las devastadoras pestes.
El Islamismo nace en el sigloVII  D.C. y es propagado en todo el norte de Africa y Medio Oriente por Mahoma y sus descendientes Sunnitas y Chiitas. Se convierte luego en la religión oficial del Imperio Otomano.
Durante todo el período  colonial encabezado por Turquía, España e Inglaterra, el poder teocrático se impuso en todo el mundo: El Sultanato de la media luna,  “La espada y la cruz” española y la “Corona británica” que unificaba en el Emperador Inglés el poder político y la jefatura de la Iglesia de Inglaterra.
Los procesos de descolonización coincidieron con la Guerra Fría (1945-1989). El mundo musulmán había sido gobernado hasta entonces  por una combinación de reyes, sultanes y jefes de tribus digitadas por las potencias coloniales.
La primera ola de líderes independentistas eran militares (Nasser) o guerrilleros (Benbella)  que se apoyaron en la URSS y fundaron partidos laicos o socialistas.
A medida que se afirmaron en el poder, empezaron a desarrollar una nueva alianza con las autoridades religiosas para afirmar un proceso de “reislamización” que confluía en el común objetivo de disciplinar a la población bajo un fuerte imperativo autoritario.
El fin de la Guerra Fría produjo un acercamiento entre los gobiernos del Norte de África y Medio Oriente con los EE.UU. quienes temían que se pudiera reproducir la “revolución de los Ayatohlas” de Irán – 1979 – después de la caída del Sha de Persia. Así se produjo un “mirar para otro lado” por parte de las potencias occidentales – EE.UU y Europa – que cultivaban la relación con los autócratas árabes sin cuestionar ni la corrupción ni las violaciones a los derechos humanos.
Este proceso coincidió con los 70’s en América Latina y una política similar por parte de las potencias centrales frente a las dictaduras latinoamericanas.
Pero a diferencia de lo ocurrido en nuestro hemisferio, en el mundo Musulmán las dictaduras pudieron perpetuarse y, en algunos casos, pasaron a ser hereditarias aunque se autodenominaran repúblicas.
El petróleo, el conflicto judeo-palestino y una supuesta “unidad pan-musulmana”, caracterizaron el período 1948-2010 con una conflictividad social y religiosa que aparecía de tanto en tanto alimentada por los enfrentamientos entre sunnitas y chiitas y los intereses en disputa de “las potencias regionales”:  Marruecos, Argelia, Libia, Egipto, Arabia Saudita, Siria, Iraq e Irán. Los más débiles: Túnez, Sahara occidental, Líbano, Yemen, Sudán, Jordania, Palestina y los propios Emiratos Árabes (pese a su riqueza), estaban sujetos a los vaivenes de sus vecinos y sus “juegos de poder”.
Pero el siglo XXI planteó un nuevo escenario:
1)    Las redes sociales electrónicas difíciles de censurar
2)    La “revolución de género” (femenino) por la cual es difícil someter a mujeres que alcanzaron más altos niveles de educación.
3)    La explosión de la voluntad popular de alcanzar mayores índices de desarrollo general frente al enriquecimiento sin límite de elites cercanas al poder.
4)    El crecimiento de minorías violentas ultra – religiosas incontrolables por los autócratas enquistados en el poder y presos de sus alianzas con los jefes religiosos.
Pero esta nueva realidad no deja de lado los fundamentos culturales básicos que diseñaron una forma de vivir y honrar a Dios.
De la misma forma que los principios cristianos se plasmaron en las democracias occidentales, no hay proceso posible en oriente medio que pueda obviar su esencia islámica.
El pronunciamiento público de la “Hermandad Musulmana” ( mayor partido de oposición a Mubarak) dice:” deseamos el establecimiento de la democracia en Egipto, un Estado civil basado en medidas universales de libertad y justicia, con valores islámicos que sirvan a todos los egipcios independientemente de su color, credo, ideología o religión…”.
“Un mundo sin Mubaraks” anuncia no sólo una revolución regional inparable, sino su extensión a otras zonas que todavía tienen vestigios de personalismos populistas autoritarios; léase, América Latina y justamente aquellos que reivindicaron su asociación con esas dictaduras teocráticas que están a punto de sucumbir.
Por primera vez nos acercamos a un mundo donde los valores de democracia, derechos humanos, igualdad de género y cuidado medioambiental son valores efectivamente universales desde América hasta el extremo oriente, inspirados en el cristianismo, el islamismo el Budismo y el Taoismo.
Pero este salto cualitativo no será fácil.
      Las “nuevas democracias musulmanas”, igual que las nuestras de los últimos 20 años, deberán hacer su experiencia y pagar sus costos. Claro que cuando se habla de países muy ricos en petróleo y otros recursos naturales pero con escasa experiencia institucional, el tránsito hacia la organización de colectivos cívicos – partidos – que estabilicen sus sistemas políticos y los alejen de los personalismos autocráticos, no será materia de uno ni de 10 años.
La consolidación de un proyecto sudamericano no será neutral en el nuevo esquema de poder mundial y nuestro papel puede ser muy significativo en el diálogo sur-sur que todavía no ha florecido. Nosotros-los Sudamericanos-, con Australia, N. Zelandia, Indonesia, Sudáfrica, India y Corea del Sur, nos constituimos en un nuevo polo de poder mundial para alimentar a nuestro planeta de comida, paz y justicia creciente. También de instituciones, es decir, de cultura partidaria .

Diego R. Guelar

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