martes, 19 de julio de 2011

Construyendo los partidos – 51 (19-7-2011)

Mirar para adelante

Se han concluido los juicios contra los máximos responsables del centro clandestino “El Vesubio”. Ya son más de 200 los condenados y quedan todavía otros 500 procesos más.
Después de las “amnistías imperfectas” (leyes de obediencia debida y punto final de 1986 y 1987) y los indultos de 1990, el Congreso Nacional y la Corte Suprema de Justicia decidieron la imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad y anularon las leyes y decretos de perdón.
Argentina, después de marchas y contramarchas y un muy intenso debate que había abarcado a 4 presidencias – Alfonsín, Menem, De la Rúa y Duhalde – daba un giro muy completo a su visión del pasado resolviendo catalogar a la salvaje represión de la dictadura militar 1976-83 como ejecutora de un plan maléfico de exterminio que, durante su ejecución, cometió delitos que el tiempo no podrá borrar
Ningún otro país de la región llegó tan lejos. Pero ninguna dictadura de la región fue tan sistemática ni tan cruel. Más de 10.000 asesinatos y 500 robos de bebés cometidos en cerca de 400 centros de detención clandestinos donde se torturaba hasta la confesión o la muerte.
Salvo unos pocos cientos de supervivientes, el resto fue incinerado, enterrado como NN o arrojado al mar.
Hay que reconocer que el epílogo de este proceso ocurrió por la perseverancia militante de madres y abuelas de Plaza de Mayo quienes tuvieron que enfrentar, durante buena parte del recuperado sistema democrático, la indiferencia o la incomodidad por parte de los gobiernos que preferían desentenderse del pasado con el cual sentían una mal disimulada complicidad.
El ex - presidente Néstor Kirchner, cuya conducta no habían sido – hasta su asunción el 25 de mayo del 2003 – diferente a la del resto de la clase política (o había sido aún más distante de los organismos de derechos humanos), entendió que el tema era una oportunidad de dar a su administración un signo de identidad que las anteriores no habían podido o no habían querido detentar.
Poco importa auscultar las motivaciones que lo llevaron a practicar esta metamorfosis. Lo que es históricamente relevante es que, la composición ideológica de la Corte Suprema que él propusiera y las instrucciones que tuvieron los parlamentarios que le respondían, terminaron con 20 años de vacilaciones e indefiniciones.
Tarea cumplida. Quedan los imputados, los jueces y fiscales, los abogados y los querellantes como actores específicos del último capítulo de una tragedia ocurrida hace 30 años.
También están los historiadores, los profesores, los estudiantes y la sociedad civil en su conjunto para entender que nos pasó, por qué nos pasó, cómo fue posible que lo aceptáramos y que, en buena medida, prefiriéramos olvidar.
No debe sorprendernos tanto. La mayoría de los sobrevivientes del holocausto judío tardaron 30 años en poder hablar y contar lo que habían padecido y la realpolitik de finales de los 40’s e inicios de los 50’s produjo que muchos protagonistas, cómplices y encubridores fueran tratados como aliados en la “Guerra contra el Comunismo” que se desatara inmediatamente de terminada la 2da Guerra Mundial.
Lo importante hoy es que podamos, con la clase política a la cabeza, dar vuelta la página para encarar y resolver hoy las brutales violaciones a los derechos humanos que perpetramos cotidianamente contra un número muy importante de nuestros conciudadanos. Allí están el millón y medio de jóvenes que no estudian ni trabajan; o el 50% de los menores de 2 años que padece signos de desnutrición o mala alimentación; o los 2 millones de jubilados que cobran una miseria de jubilación mínima…
Por todos ellos debemos saldar nuestra deuda con el pasado; la que contrajimos todos por acción u omisión; la que explica nuestras frustraciones y carencias y nos debe motivar, desde la autocrítica, para hacer una sociedad mejor.
Lo que no puede pasar es que practicar la justicia sobre el pasado sea sólo patrimonio de una fracción porque, en ese caso, se transforma en venganza o revancha y pierde así todo su sentido histórico.
El General De Gaulle  y el reducido número de maquis que resistieron la ocupación alemana desde 1940 a 1944 lo hicieron en representación de la “Nación francesa” y transformaron su lucha y su sacrificio en patrimonio común de todos los franceses.
En nuestro caso, que la recuperación democrática fue sólo el producto de una derrota militar externa (en Malvinas), lo menos que debemos hacer es asumir la tragedia común para mirar, todos juntos, hacia adelante.
Así lo hicieron los alemanes que juzgaron (y lo siguen haciendo) a los ejecutores de la “solución final” pero han debido procesar por separado el estigma de su responsabilidad común sobre el advenimiento democrático de Adolf Hitler y el Partido Nacional Socialista y su apoyo al régimen hasta el último día de la caída del Reich.
Es cierto que no debemos olvidar, pero también tenemos que recordar que en agosto de 1978, a más de dos años de la llegada al poder del Gral. Videla, un 75% de la población apoyaba al Gobierno Militar (ya se habían cometido, para esa fecha, el 95% de los asesinatos).
Pese a esta horrible carga, después de 30 años, debemos reivindicar habernos reconciliado con nosotros mismos incluyendo la capacidad de hacerlo pacíficamente - sin un solo caso de “justicia por mano propia” - , con nuestros vecinos chilenos y brasileros – con quienes habíamos mantenido una centenaria “hipótesis de guerra” – y con los propios ingleses – después de la guerra – con quienes convivimos y trabajamos juntos en el G-20, en el Tratado Antártico, en el “Club Nuclear” y en el marco bilateral (más allá de algunos cortocircuitos retóricos).
Seremos una gran nación apenas decidamos comportarnos como tal. Estamos preparados para dar un fenomenal salto hacia el futuro con sólidas raíces plantadas entre medio de nuestros errores y aciertos.
Ya han pasado las generaciones del 73, del 83 y la del 89  y debería estar por florecer la del 2011 (que empezó a asomar en el 2009).
El Congreso debería aportar suficientes recursos como para que la justicia acelere los procesos en curso y podamos, en el plazo de los próximos 2 años, terminar los juicios pendientes y poder declarar, todos juntos, que el pasado está saldado.
Lo mismo debemos hacer con los temas que afectan a nuestros veteranos de guerra.
Las nuevas generaciones deben recibir un legado único sobre el cual edificar el futuro.

Diego R. Guelar

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