lunes, 21 de marzo de 2011

Construyamos el partido 40 (21-3-11)

El fin del verano y el principio de la campaña electoral.

De lo leído por mi en el verano, dos libros se convirtieron en “una extraña pareja” que, justamente por su enorme distancia temática, se me fijaron como una contradictoria e indisoluble unidad.
De la liviandad a la profundidad, de la simplicidad a la extrema complejidad, de los valores superiores a la insustancialidad absoluta, ambas se conjugan y se atraen haciéndose necesarias y complementarias.
Como la vida, la tragedia y la comedia, lo frívolo y lo trascendente, los sueños que vuelan y las miserabilidades que se arrastran, las dos caras de la moneda solo pueden rodar juntas, si lo que queremos es llegar a destino.

Amartya Sen y “La idea de la Justicia”; Jaime Durán Barba y “El arte de Ganar”.

Amartya Sen, hindú, liberal, budista, premio nobel de economía, profesor en Harvard y Cambridge.
Jaime Durán Barba, sociólogo ecuatoriano, estudiante en Mendoza durante los 70’s y graduado en la George Washington University. Profesional de un nuevo oficio: “la  consultoría profesional de campaña”, post-moderno según su propia definición.

La idea de la Justicia
Amartya Sen parte del rescate de 2 principios de la filosofía jurídica india del siglo IV A.C.: el “niti” como “la idoneidad de las instituciones y la corrección del comportamiento” y el “nyaya” como “el resultado concreto  que se obtiene por la aplicación de las normas”.
Él asocia estos valores orientales con la deontología (el deber ser) y el consecuencialismo (el resultado) de las acciones de los hombres desarrollado en Occidente por Adam Smith, Emmanuel Kant o Karl Max (y muchos otros).
En el mayor poema épico de la antigüedad en la India – el Mahabharata – el equivalente a nuestra Odisea Griega, en la víspera de la batalla que constituye el episodio central del poema, Arjuna (nuestro Ulises) el guerrero invencible, expresa sus profundas dudas sobre el ataque que, él sabe, producirá tantas muertes. Krishna, su consejero, le dice que tiene que cumplir con su deber sin que importen las consecuencias.
He aquí el dilema de la justicia y su debate eterno. Nadie realiza una acción con consecuencias sociales sin tener una “idea de la justicia” que se impone sobre los costos que se pagan para alcanzarla.
El “anhelo de justicia” trata de conciliar el peso de la historia con el espíritu de la esperanza: al fin de todos los sacrificios, se encuentra la “felicidad” buscada.
La justicia está ligada a la “equidad” que es la vara que equilibra el principio superior de la “libertad individual” con el de la “igualdad de oportunidades” y los recursos humanos y materiales disponibles.
Sen plantea que “las libertades no pueden ser violadas con el pretexto del fomento de la riqueza o el ingreso individual  o de una mejor distribución de los recursos económicos entre los ciudadanos”.  Sen defiende la “teoría de la elección social” que los miembros de una sociedad ejercen a través de sus instituciones pero advierte… “El resultado  de una votación, en sí mismo, no revela nada, salvo que un candidato consiguió más votos que otro. De igual manera, el procedimiento para el cálculo del PBI tan sólo recoge información sobre lo que se ha vendido y comprado y a que precio, y nada más…”
Se requieren, entonces, muchos más datos institucionales y reales comparativos para poder juzgar si los estándares de justicia avanzan o retroceden. Él da como ejemplo la Constitución Norteamericana con su principio de “igualdad ante la ley” de todos los hombres  pero con la conservación de la esclavitud por otro 100 años y otros 100 para alcanzar los plenos derechos civiles (y, agrego yo, 50 años más para que un afro-americano llegara a la presidencia de los EE.UU)
La Justicia requiere no sólo la “ley de las mayorías” sino cierto principio de “unanimidad” que alcance a las minorías. Sólo así, el principio de la “elección social” consolida la valorización justiciera como un “adquirido permanente” y no circunstancial.
Por eso puede haber “dictaduras de mayoría”. Hitler o Mussolini – que, antes de caer, cometen los peores excesos y que, también, se identifican con una “idea de justicia” (el caso actual de Kadafi).
Los procesos electorales son el  “niti”, mientras que el desarrollo y la democracia son el “nyaya”.
Sen afirma los principios de “imparcialidad”, “comparación” y “discusión abierta” para los procedimientos y advierte que, las elecciones periódicas “no alcanzan” si las opciones planteadas explícitamente – tanto en su contenido material como su propuesta ideológica – no permiten formar una conciencia colectiva sobre los valores sociales que fundamentan una verdadera “elección global”.

El Arte de Ganar
Durán Barba hace un ejercicio complementario al de Sen. Omite todo sustrato valorativo sobre el “deber ser” de la política y su objetivo trascendente.
Se limita a las “técnicas de campaña”, dejando de lado todo determinante político e histórico, concentrándose en los mecanismos de  comunicación de masas teniendo al “candidato” como figura única y excluyente.
Ignora y descree por completo de la construcción partidaria como producto colectivo (como si Lula y Obama pudieran ser entendidos y explicados fuera del PT o del Partido Demócrata) y así afirma:…
“En la mayoría de los lugares las viejas estructuras más o menos formalizadas han ido desapareciendo. Hoy la clave está en las personas. Son, quizás, “nuevos caudillos” que más que convocar a grandes masas buscan encantarlas y, si es posible, manipularlas…”
“La mayoría de los votantes indecisos se interesan más en los partidos de fútbol que en los partidos políticos…”
“Para bien o para mal, todas las investigaciones coinciden en que la gente vota por la imagen de los candidatos más que por las doctrinas y propuestas…”
“La lucha ideológica es una reminiscencia del pasado…”
“Los ciudadanos son reticentes a que los representen organizaciones de cualquier tipo…”
Durán Barba coloca al “candidato” (bien asesorado por especialistas) en el centro de la escena al margen de todo condicionante histórico, institucional, programático, organizativo o ideológico. …
“Ser un buen candidato no significa ser un buen estadista. Hay líderes preparados que nunca ganarían una elección y excelentes candidatos que son pésimos mandatarios…”
“Hoy se aspira a que los líderes solucionen los problemas o, que al menos, diviertan con espectáculos imaginativos como los que protagonizaron Abdalá Bucaram en Ecuador en 1996 o De Narváez en el 2009 y otros dirigentes que supieron adueñarse de los escenarios bailando o haciendo reír a la gente…”
El consultor afirma que la “sociedad post-moderna” del siglo XXI ha barrido con 2.500 años de historia política y social generando una nueva “liviandad” administrada desde los medios de comunicación que aísla al individuo frente a la televisión y aún más, frente a su computadora donde sólo se comunica por “redes sociales” impersonales que deben ser orientadas desde los objetivos inmediatos de una campaña”.
Sobre el contenido de la “Sociedad Post-moderna”, nada especifica, salvo el éxito de “Gran Hermano” en la televisión y la aparición de Facebook y Twitter.
“El pasado era el reino del aburrimiento, el dolor y la represión sexual…”

Sen y Durán Barba viven en el mismo mundo. Ambos hacen referencias y buscan respuestas en el mismo tiempo y espacio.
A nadie se le ocurriría ganar una elección  recurriendo a la sabiduría de Sen. Tampoco a nadie se le pasaría por la cabeza convocar a Durán Barba para gobernar.
Aquí sí tenemos que recurrir a Sen  en su dimensión comparativa.
Ni Obama, ni Dilma, ni Rajoy, ni Zapatero, ni Mujica, ni Piñera tienen que fundar partido político, ni construir sus organizaciones, ni dotarlas de una ideología porque ellos mismos o sus antecesores ya han desarrollado esa tarea y tienen millones de predicadores convencidos. Sólo deben actualizarla y re-significarla a partir de los constantes cambios del mundo moderno.
En la Argentina, entre 1955 y el 2001 se fueron produciendo una serie de catástrofes políticas y económicas que destruyeron el tejido social. Repararlo es una función central de la dirigencia política; reconstruir partidos políticos es indispensable y urgente; dotarlos de una ideología y un programa comparable y equiparable a los de nuestros vecinos para concretar la integración regional plena es una prioridad impostergable.
No hay filósofo profundo ni asesor de marketing electoral que pueda sustituir el rol histórico de la dirigencia política como intérprete, conductor y sintetizador de una  etapa concreta en una sociedad determinada.

Diego R. Guelar



No hay comentarios:

Publicar un comentario